A veces cuando las
palabras callan, los gestos cobran sentido
Toca fijar el ancla y
pisar tierra. No ha sido la travesía todo lo tranquila que hubiera vaticinado. Navegó
por aguas turbulentas, y encontró refugio en pequeñas islas que iban saliendo a su paso
en tiempos de tormenta. Valoró como nunca esos archipiélagos conocidos y desconocidos que subrayó en rojo en el mapamundi que lo acompañaba en cada uno de sus viajes. A veces, el viento intentó volar la gorra del
capitán pero no lo consiguió, y tuvo que soplar hacía otro lado. Y es que, sus dos manos, firmes como nunca lo habían estado,
agarraron como pudieron esa insignia tan querida por el patrón. Fue, entonces, cuando descubrió una maravillosa y escondida resiliencia, y reafirmó
que la gran aventura que tiene una persona en su periplo por este mundo es la
que vive consigo mismo. Hubo que ser valiente y tirarse al mar cuando hubo
fugas en el barco que el mismo había construido, y enfrentarse a dañinos tiburones
que quisieron hundir su navío. A veces,
enseñó sus dientes y sacó el cuchillo, otras, no mereció la pena, y dio un giro
al timón para no desafiar a esos infelices animales de mar. No faltaron los
dilemas, aquellos que surgieron fruto de las frustraciones que genera en mucha
gente cómo está estructurada la sociedad actual. En estos casos, tuvo que sortear
como pudo estos imprevistos, y hacer de tripas, corazón ya que, en ocasiones, no tiene sentido dar un grito en el cielo. Su ideal
de alcanzar el soñado paraíso se tornó en ir llegando a pequeños puertos a
medio plazo, y a disfrutar de todo lo que puede aportar esas pequeñas travesías al equipaje con el que se navega.
De hecho, se dio cuenta de que esa es la verdadera clave de la existencia. A punto de poner un pie en suelo firme,
deseó y soñó con vivir miles de aventuras que contar a sus seres más queridos
hasta el fin de los tiempos.
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