martes, 31 de marzo de 2020

ENSAYO SOBRE LA PANDEMIA

Los aplausos eran siempre los únicos puntuales. A las 8 de la tarde entraban en cada casa por la ventana o terraza y era imposible escapar de ellos.  Al principio eran emocionantes, luego se volvieron rutinarios pero no por ello perdían su valioso significado: el reconocimiento a la Humanidad. Los días y las noches se repetían. Era un bucle constante. Una autentica locura.

Hace años leí 'Ensayo sobre la Ceguera', del portugués José Saramago, un libro que puede considerarse como uno de mis favoritos no solo porque literalmente bebí cada palabra con mucha emoción al atraparme su historia sino por el significado real de esta moraleja. Reconozco que impresionada por esta obra, intenté 'Ensayo sobre la Lucidez' pero lo abandoné con el paso de tiempo, quizás esperaba volverme a enamorar de este libro con la misma intensidad que con el primero. Soy así, si no conecto, lo dejo a un lado.

Desde que el maldito virus llegó a España hasta que fui consciente de la gravedad de la cuestión pasaron días, incluso semanas. Quizás me vestí con la coraza de que aquello que leía y veía hace unos meses en el Lejano Oriente era imposible que llegará a una región norteña de España. Pero sí, llegó, como a todas partes del mundo. Porque con esta pandemia estamos aprendiendo algo que muchos han olvidado: que no existe el norte ni el sur o las clases sociales. Todos somos humanos, iguales y vulnerables ante cualquier desgracia. 

Con esta vivencia, muchos tomaremos consciencia de que la vida te puede cambiar en cualquier momento, de la noche a la mañana, obligándote a reinventarte y sacar fuerzas que quizás pensabas que no tenías.  Y es que la vida, y sus pequeños detalles cotidianos, puede ser maravillosa, pero también  bien puñetera.

De toda esta situación, lo que más me ha impresionado no es estar confinada en casa sino conocer historias terroríficas de ancianos que perecían en sus zonas de confort, sus residencias, aquellas en las que soñaban con el retiro eterno y socializaban con otros seres de su edad, entre partidas de mús y tardes de televisión. Saber que otros países de Europa apartan a sus mayores ante tales circunstancias y les dejan sumergidos en el mayor olvido me recuerdan a muchas situaciones leídas en 'Ensayo sobre la Ceguera'.  ¿La ficción esta superando a la realidad ? 

Otra de las cosas que más me ha impactado y me duele, quizás, porque la siento cercana es la situación de nuestros sanitarios. Todos ellos, médicos/as, enfermeros/as, auxiliares, celadores, me hacen sentirme orgullosa de la Humanidad. Me duele ver en las condiciones en las que trabajan. Todos los recortes que han sufrido y que hace muchos años relaté a modo de denuncia en este blog. La Sanidad tiene que ser universal y tenemos que proteger a aquellos que nos cuidan en nuestras horas bajas. Respiro aliviada --hasta el momento-- de que en el lugar en el que vivo, nuestros/as políticos/as no piensen como otros/as de otras partes del mundo y se trate a cada ser humano por igual, independientemente de su edad, genero, raza, condición. Y considero que ésta es la cara más amable y solidaria de la pandemia: la buena voluntad de la gente.

Este bucle de locura lo estoy viviendo con mucha calma: observando, relativizando, reprogramando sin pestañear y confiando en que, dentro de poco, saldrá el sol por donde quiera y lo hará estando nosotros al aire libre, volviendo a soñar y viendo a nuestra gente querida en persona, como antaño, sin pantallas ni disfraces.

Cuando todo pase, pido que siga habiendo SALUD pero que, al igual que 'Ensayo sobre la Ceguera', haya HUMANIDAD. Que toda esta lección no caiga en saco roto, que la empatía sea nuestra máxima, que miremos más allá de nuestra ceguera blanca y que respetemos a la naturaleza que ha recuperado en estos meses lo que había perdido en tantos años de producción constante, consumo rápido y contaminación sin medida. Si es necesario decrecer, lo haremos. Estoy segura de que ésto, después de todo lo vivido, no será un problema.

jueves, 22 de junio de 2017

EL SABOR DEL VERANO

La palabra verano para mí tiene un significado especial. Está asociada a muchos olores, paisajes y sabores de mi infancia. Desde cuando mi abuela venía del mercado con cerezas en el carro de la compra y se las ponía de pendientes hasta cuando llegaba la hora del postre y, manojo en mano, las iba saboreando una a una, disfrutando de mi fruta favorita, y olvidándome de la advertencia de mi padre que me decía que, si me excedía, me podía dar un cólico. Luego, mi abuela y yo, una vez que estábamos en el patio, sentadas en una silla desplegable, de esas que venden en los supermercados, nos echábamos Nivea: la de siempre, la de la tapa azul, llenándonos de crema para exponernos a los primeros rayos de sol.

Era la señal de que comenzaba una etapa del año donde los días, en mi Santander natal, se pintaban con un cielo de color azul claro y un sol esplendido que iba iluminando el camino hacía la playa. Levantarse, desayunar y escapar en coche a la Magdalena o el Camello, donde poder jugar entre las rocas, y disfrutar del agua, era el mejor plan que podía existir para esos días en los que el calor hacía su aparición. Mis padres ponían el parasol en el coche, de un periódico muy conocido y, tras ello, bajábamos las escaleras hacía el paraíso.

El olor a salitre, mezclado con la brisa del viento, la sensación de la arena entre los dedos de los pies y el perfume del protector solar se iban alternando mientras se disfrutaba del placer que produce esa desconexión buscada donde se recupera la paz interior. La felicidad no acababa ahí: cuando finalizaba el tiempo de playa y se llegaba a casa, no había mayor placer como el de ver cómo iba desapareciendo la arena impregnada en el cuerpo por el desagüe de la ducha antes de zampar una buena rodaja de sandía, muy refrescante y bien roja, el color de la pasión. El más bonito, para mí, sin duda.

Luego tocaba volver a salir a la calle porque así es el verano, no da tregua, hay que vivir los parques, las plazas y los patios de tu ciudad hasta que la primera farola se encienda anunciando la llegada de la noche. Cualquier cosa servía en esos momentos para combatir al calor: los polos, globos de agua y los maravillosos helados de Regma, muy conocidos en Cantabria. Y es que, para mí, el verano ha sido y será siempre sinónimo de Santander.


Esta entrada se la dedico a mi abuela y a mis padres

miércoles, 7 de junio de 2017

ESTADO (De WhatsApp): NOT AVAILABLE

Recuerdo que hace dos décadas, cuando iba a un campamento de verano o convivencia del colegio, me despedía de mis padres y, durante diez días, apenas tenía contacto con ellos, salvo una o dos llamadas que me permitieran hacer después de cenar desde el recinto en el que nos encontrásemos. Cada casa contaba entonces con un teléfono fijo, al que a partir de ciertas horas era de mala educación hacer sonar, salvo que hubiese ocurrido algo grave. De este modo, fuera de ese horario social estipulado, cualquier llamada hacía que nuestro corazón arrancarse a palpitar sin control. Las quedadas con los amigos a una hora y sitio concreto eran auténticas llamadas al orden, pues cualquier incumplimiento suponía quedarse en la estacada. 

Nunca olvidare cuando tenía 15 años y una compañera del colegio desempolvó ante mí con entusiasmo desorbitado lo que 15 años más tarde iba a ser una parte infranqueable de nuestras vidas: el teléfono móvil. Unos meses después tuve el primero. Y, a partir de ahí, unos cuantos, de todas clases y colores, según la moda de aquel momento. En aquella época, cualquier excusa era buena para llamar o mandar un sms a un amig@.

Sin embargo, el punto de inflexión en la manera de comunicarnos fue el poder acceder a Internet desde este dispositivo. Redes sociales, como Twitter y Facebook, que no hacía mucho que habían aparecido para conectarnos con todas las personas que habían pasado de una manera u otra por nuestras vidas, empezaron a tener más protagonismo en cualquier momento del día. Y es que ya no teníamos que esperar a ponernos delante de la pantalla de un ordenador para abrir esa ventana al mundo virtual. 

Tras ello, no tardó en llegar la aplicación de mensajería instantánea 'WhatsApp', cuya aparición supuso el arrastre de otras comunicaciones y cambió, sin lugar a dudas, la manera en la que interactuabamos con otras personas. El poder que se le dio a este 'chat' instantáneo a la hora de traspasar husos horarios y burlar ese 'horario social' para hablar con otras personas fue brutal. 

La oportunidad que nos ha proporcionado esta herramienta de poder estar acompañado en cualquier momento de personas virtuales, en un mundo cada vez más individualizado, es importante; sin embargo, en ocasiones, la manera en la que interactuamos por este canal carece de sentido, resultante de conversaciones banales, unidireccionales, y sin ningún tipo de propósito. Se obvia asimismo la importancia que tiene el lenguaje no verbal, imprescindible  a la hora de descifrar muchos códigos textuales.

Muchas personas ya empiezan a entender que la rapidez con la que llegan las nuevas tecnologías a nuestras vidas no concuerda con nuestra lenta adaptación a las mismas, haciendo un mal uso de ellas. Reclaman pues un buen uso de estas herramientas y, por qué no, una pausa, en este mundo tan superficial y lleno de prisas, para tomar un café o una caña, en un marco en el que es más fácil hacer un intercambio de mensajes fluido y eficaz; resolver discrepancias; sentir empatía y compartir emociones, algo que, de momento, la tecnología no ha logrado conseguir. 

jueves, 20 de abril de 2017

EL FANTASMA DE LA M-30


Sinopsis:

Cerca de una veintena de crímenes en menos de nueve meses  quitan el sueño al inspector  Javier Martín y a Lucy, su mano derecha en el cuerpo. En ninguno de los asesinatos, el autor, quien siempre comete sus actos a las puertas de la M-30, ha dejado pistas.

El ‘fantasma’ como así lo han bautizado tanto policías como periodistas tiene inquieta a toda la ciudad. Aún no se ha enterrado a la última de sus víctimas, cuando el asesino vuelve a hacer de las suyas con un nuevo golpe inesperado.

Este complicado caso ya empieza a tener repercusiones en la vida de los investigadores y está a punto de romper un matrimonio pero ¿qué están haciendo mal los policías? ¿Por qué no consiguen atraparle?

La historia se complica aún más cuando aparece un nuevo muerto en El Ruedo, un edificio emblemático de Madrid que está levantado al borde de la M-30. Todo indica que podría ser obra del ‘fantasma’ pero los investigadores no lo tienen del todo claro.

En paralelo, los ‘fantasmas’ de la muerte de una joven en la M-30 hace dos décadas aparecen en la vida de Javier y Lucy. Por lo visto, el kamikaze que acabó con su vida se dió a la fuga y dejó muchos cabos sueltos sin atar.

El ambiente dentro de la comisaria tampoco facilita la resolución del caso. La culpa de ello la tiene la ambición desmesurada de Gustavo por quitarle el puesto a Lucy. Su sed de poder no tiene límites, llegando incluso a entorpecer la investigación.


En definitiva, ‘El fantasma de la M-30’ es una historia, enmarcada en el género de la novela policiaca, y que está ambientada en el Madrid actual, lo que nos muestra también la radiografía de la sociedad de la capital en estos momentos.

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jueves, 29 de diciembre de 2016

CUENTO DE NAVIDAD: LA BATALLA ANCESTRAL POR EL AGUA

  No había sido un gran año para aquellas manos que trabajan en el campo. La cosecha se estaba empezando a echar a perder y por más que clamaban a todas las fuerzas del universo para que lloviera y salvara a última hora el trabajo de tantos meses, el destino se empeñaba en no dar tregua a esas personas de buena voluntad.

 Sus caras reflejaban el agotamiento y la desesperación propia de unas personas que trabajaban a sol y sombra cada día y que no encontraban al final de la jornada más que unas manos ensangrentadas, que tan solo podían llevarse a la boca un pedazo de la tierra que tan duramente habían trabajado. 

 Su carácter regio, propio de las personas del campo, se veía aún más endurecido por las circunstancias. Su paciencia caía a cuentagotas en saco roto y las noches se desplomaban como losas sobre sus lechos. Aun con todo albergaban una diminuta esperanza en que de un momento a otro la suerte volvería a estar de su lado y pudiesen salvar el año. Su sino lo atribuían a sus antepasados, a viejas rencillas entre gente del pueblo, y a personajes mitológicos que, en función de su humor, cargaban contra unos u otros.

  Se aproximaba la llegada de la Navidad: el momento de hacer balance del año y rendir cuentas con proveedores y con ellos mismos. Las sonrisas de aquellos días estaban a medio camino, como sus cosechas, y no querían más problemas que los que ya observaban cada mañana cuando abrían sus ventanas. Algunos de sus acreedores lo entendieron, otros no. Pero así es la vida, tan sencilla como una partida de ajedrez: en la que en unas ocasiones se gana y en otras se pierde.

  Aquel 24 de diciembre, en las casas del pueblo, no había más luz que las de unas velas rojas situadas en las mesas del comedor de sus salones. La cena fue más austera, eso es cierto, pero estaban con sus familias: situación que no se daba en muchos hogares que durante este año habían perdido a sus seres queridos por la barbarie del odio entre seres humanos y la sed de poder. Disfrutaron de lo poco que tenían y saborearon la esencia de la vida. Al día siguiente, cuando se levantaron, ya era Navidad y había llovido.

martes, 8 de noviembre de 2016

LAS INFINITAS POSIBILIDADES QUE OFRECE LA NATURALEZA

Una caminata por un bosque alejado de la ciudad, con hojas amarillo-naranjas esparcidas por el suelo que crujen tras el impacto de la suela de la bota contra ellas o, incluso, por la misma urbe apreciando el cambio estacional en el infinito radio de calles, tan dispares como complementarias. Se trata de algunos de los miles de planes que trae consigo el otoño y que pueden ser disfrutados en cualquier región española. Planificar una excursión para seleccionar y recoger setas o castañas puede ser la mejor idea para conectarse de nuevo con la naturaleza, tan olvidada en estos tiempos de estrés y prisas. Y es que no hace falta grandes fortunas para disfrutar del tiempo libre en esta estación del año. Una suculenta comida con amigos, acompañada (siempre) por un buen vino, puede tener como broche final una suerte de castañas que harán la velada más amena si cabe. 

Otoño entra en escena para cerrar un ciclo y echar a andar otro. Tiempo de reflexión, renacer y evolucionar. Y, prueba de ello, es su reflejo en la naturaleza. La vida sigue, el tiempo no se detiene por nadie, y después de la lluvia siempre sale el sol. 

La naturaleza nos regala continuamente magia y, por ello, no podemos apartarla de ningún modo de nuestra mente. Prueba de esa ilusión que nos inhala constantemente es algo tan simple como la nieve que, en ocasiones, entra en escena y nos sorprende como la primera vez que dimos cuenta de ella, siendo niños. 

Sin embargo, desde hace unos años, asistimos perplejos a fenómenos anormales según la época del año en la que nos encontremos: lluvias impropias en verano o bocanadas de calor a las puertas de la Nochebuena. Se llama cambio climático y responde a un fenómeno global que plantea ya una respuesta por parte de todos los estados del mundo. Sus consecuencias más visibles son éstas pero detrás hay cientos de problemas relacionados con la falta de agua potable o cosechas inservibles de alimentos. De este modo, aunque, en estos momentos, tengamos cuestiones que, aparentemente, nos exigen más atención que otras como los conflictos armados o la pobreza, no olvidemos este asunto que, sin duda, es la principal amenaza para la conservación de nuestro planeta.