jueves, 28 de febrero de 2013

DEL 1º AL 3º

Dos vueltas de llave hacia la izquierda abren la puerta a nuevas historias, dos hacia la derecha dicen adiós a una etapa. Las paredes de las casas guardan cuenta de carnavales, confidencias, cenas, cervezas, cumpleaños, desayunos, lágrimas, llamadas, navidades, risas, tendales, viajes, zapatos. Una amiga me reveló que el único hogar de una persona es donde está la familia, y que el resto son meros puertos en los que refugiarse hasta llegar a tierra. Cierto es, y más viviendo en tiempos convulsos en los que uno tiene que convivir con el cambio y la incertidumbre y, que por ello, tiene que adaptarse y sobrevivir. Sin embargo, es inevitable coger cariño a las personas que comparten tus rutinas y a los seres inertes que habitan con ellas. Una nevera, un sillón, un mantel de fresas, un tocador. Todos ellos forman parte del día a día de los inquilinos. Su convivencia deriva en lecciones positivas, gracias a muchos errores y superaciones así como tolerancia a otros estilos de vida y maneras de pensar. Entonces, cuando a uno le toca hacer mudanza, recoge más que objetos, minutos. 

                                 Dedicado a una buena compañera de piso

martes, 5 de febrero de 2013

RULOS DE COLORES Y CEPILLOS REDONDOS

Dudo unos instantes pero, al fin, empujo la puerta y entro. Busco con la mirada a alguien que pueda atenderme. Le localizo e interrumpe su quehacer para dedicarme unos segundos. Tras mi pegunta, mira mi cabello, al tiempo que pulsa con los dedos las teclas del ordenador. Finalmente, pronuncia en alto el precio de su trabajo ante lo cuál exclamo: ¡De acuerdo!. Saludo a la muchacha allí presente y me siento a hojear una revista, distrayéndome aun no prestando especial atención a los 'artículos' allí recogidos. 

De repente, irrumpe en el pequeño rincón en el que me encuentro una mujer con la que entablo conversación durante unos instantes. Le dejo claro mis deseos, que escucha impasiva. Retrocede y consulta al chico, quien da su visto bueno al acuerdo alcanzado mediante la palabra. Me relajo, mientras tinta mi pelo con el fin de recuperar un tono alegre, y dedico esos minutos a disfrutar de las vistas del lugar: rulos de colores perfectamente alineados en el segundo cajón empezando por abajo o cepillos redondos dispersados por el primero. 

La muchacha que me acompaña en el sillón contiguo deja secar sus mechas e intenta intercambiar palabra alguna con la mujer que lleva el pincel, quien acaba con todo atisbo de conversación. El único sonido de la sala son la respiración de las presentes y los '40 principales' que repasan los principales 'hits' de la semana. Al acabar su tarea, me conduce hacía el lavabo y, de ahí, de nuevo al espejo y sillón. La destreza con la que el chico maneja las tijeras no tiene definición. 

Mientras, observo discretamente a través de la cristalera la calle y su gente. Me gusta mi barrio, me recuerda al de mi ciudad: el que cruzaba de arriba a bajo cuando era niña con la barra de pan sin currusco en una mano y la bolsa de 'snacks' en la otra. 

Tras ello, me levanto y acudo al perchero a recoger mi abrigo y pañuelo. Me cobra y doy las gracias al 'equipo' por el trabajo. Volveré. Disfruto de algunos rayos de sol que engañan al invierno e imagino otros sábados alejada de lavadoras y trapos de colores.