jueves, 17 de noviembre de 2011

NUNCA LA TRISTEZA FUE TAN BONITA

Los portales son, a menudo,  refugios de la lluvía, del frío, de la noche, del desamparo. Saludan al estudiante que regresa de viajar desde su pupitre por el mundo, acogen al trabajador que agotado llega después de finalizar su aportación diaria a la sociedad, al cartero que hace llegar mensajes que proceden de kilómetros incontables, a la familia, a los amigos, a la pareja. A la persona que deambula por la calle sin destino alguno más que aquél que sus piernas le permiten. Existen guaridas que sin quererlo se convierten en templos de culto. Hace doce años, un portal fue testigo de la última noche de un cantante o de un poeta, no sabría como definirle. Se trata del músico que más me ha transmitido y con el que más me he identificado hasta la fecha. Nunca pude escuchar sus acordes ni su voz 'in situ' pero su repertorio me ha acompañado más que muchas personas desde que supe de su existencia un día por casualidad. Sus textos eran reflejo de sus dudas, miedos, preguntas a la vida, pasión por la existencia y la confusión que ésta le generaba.  "Las canciones tristes son las más profundas", decía, y no le faltaba razón. Sus ojos se abrieron en el mismo barrio en el que vivo ahora y se cerraron en la zona que más me gusta de Madrid, tal día como hoy.

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