martes, 17 de mayo de 2016

A MIS CASI 30

A pocos días de apagar con ahínco todas las velas de mi 30 cumpleaños, acompañada de la gente que más quiero en el mundo, echo un vistazo a la década que dejó a mis espaldas y no puedo estar más orgullosa de todas las experiencias que he vivido y del camino recorrido hasta el momento. En resumen, reír --pero también sufrir-- es sinónimo de vivir.

Parece que fue ayer cuando volvía de la universidad de Leioa, donde descubría cada año, junto con mis compañeras, asignaturas de muy diversa índole, al tiempo que ansiaba con iniciar mis pasos en aquel soñado mundo del papel, los micrófonos y la información. 

Vestida con mis pantalones vaqueros y una de mis camisas largas de flores --era mi look favorito en aquella época-- brindé por el comienzo de una nueva década, semanas antes de que un mensaje en el contestador del teléfono de casa me abriese la puerta a un maravilloso estudio de radio.

La inexperiencia con la que comencé mi periplo por el mundo periodístico se transformó con el paso de los días en seguridad y fascinación por la magia con la que la radio impregnaba a todo aquel que se atravesaba en su camino. Dos veranos después, abandoné este medio entre lágrimas y acompañada por la incertidumbre que --aunque no lo sabía por aquel entonces-- vendría para quedarse.

Semanas después, decidí salir de la zona de confort y me fui a Bruselas. No lo pensé más de dos veces. Llevaba una maleta grande y mucha decisión. Lo hacía movida por un único fin: descubrir nuevos senderos periodísticos. Tenía 22 años y grabé en mis retinas cumbres comunitarias así como rincones de la capital de la UE. Aprendí que se puede ser feliz con uno mismo y superar toda clase de imprevistos.

Me marché de la ciudad de Tintín pero seguía con ganas de comerme el mundo. Santander-Burdeos-Santander. Me empaché de libertad y me obsesioné con buscar estabilidad. Una idea que nos inyecta la sociedad desde que somos pequeños y que, a raíz de la crisis económica de 2008, tratamos de arrancarnos con uñas y dientes si queremos ser un poco felices.

Decidí en ese momento que encontraría lo que yo consideraba que era el 'equilibrio' en Madrid. La ciudad siempre me llamó la atención y la vida en la capital me vino como anillo al dedo. Entre las juergas con los nuevos compañeros de viaje y los apuntes, los días del primer año volaron. Aun así, mi objetivo no se cumplía con la premura que yo deseaba y no disfrutaba al 100% de la experiencia que la vida me estaba brindando.

Pero siempre hay recompensa para quien busca oasis en medio del desierto: las risas compensaban a las lágrimas y, de esta forma, llegaron las primeras amigas-hermanas con su contagiosa alegría y confidencias. Siempre he creído que una buena amistad o relación sentimental está basada en la empatía, el respeto y la magia. Es esta conexión entre personas la que lleva luego al intercambio de inquietudes y buenos momentos.

No obstante, es difícil llegar a ese grado de confianza con todo el mundo. Exige tiempo y química. Sin embargo, aunque no se consiga llegar a ese nivel de relación, algunas personas que se atraviesan en nuestra vida, nos enseñan alguna lección, pese a que, tiempo después, abandonen nuestros senderos. Y es que solo las relaciones, nacidas de una base solida y que sean sanas sobreviven con el paso del tiempo, pese a obstáculos como la distancia.

El mundo laboral no solo no trajo la estabilidad esperada sino que empujó con fuerza mis pies sobre el suelo. En paralelo, mi carácter se tornó impulsivo y mis vísceras ganaban con sobrada fuerza a mi cabeza. Si bien mi objetivo era ser una persona reflexiva --un logro conseguido después de mucha disciplina en el trabajo-- confieso que mi pasión me hace sentirme cada día más viva. 

Fueron muchas decepciones a nivel laboral --y muy seguidas-- las que empañaron el brillo de mis ojos; no obstante, mi perseverancia y mis seres queridos me hicieron saltar, cada dos por tres, como resorte en busca de horizontes nuevos. Y es que el mejor lema de vida es despertarse con la ilusión del hoy y mañana.

En el plano personal, hubo abusos de confianza y decepciones que nunca lograron desbancar al apoyo y la complicidad de las personas queridas. Su rastro ha dejado una pizca de desconfianza en mí, que trata de ser eliminada en cada batalla diaria. 

En resumen, tras todos estos años, he venido a confirmar que, en esa lucha por ser feliz, conviene alejarse de lo establecido, quitar peso de la mochila, y buscar el camino que a cada uno le hace bien. No es fácil, supone romper con estereotipos y nadar a contracorriente en algunas ocasiones.

Lo bueno es que, en ese viaje, existen compañeros infranqueables --aun en la distancia-- y almas gemelas que hacen volver a creer en el ser humano. Quizás sea eso lo mejor de la (mi) existencia, y el mejor valor conseguido en toda está década que, en unos días, dejo atrás. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario