sábado, 27 de diciembre de 2014

BENDITOS BADENES

A medida que cumplo años, y con el aumento de experiencias vividas que ello implica, me doy cuenta de que la vida es el mayor regalo con el que a uno se le puede obsequiar. Esa creencia viene reforzada por la conversación que tuve recientemente con un amigo que me instó a que me diese cuenta de que era afortunada solamente por poder respirar cada día. Y es que solo el hecho de levantarse, y que esa actividad automática no cese, es motivo suficiente para sonreír ante la situaciones que se presenten durante el día por muy difíciles que se tornen.
En este sentido, con el paso del tiempo, se da uno cuenta de que la vida no se contabiliza por el número de triunfos cosechados sino por el de obstáculos saltados. Estos 'benditos' badenes son los que consiguen hacernos mejorar como personas, distinguir lo que realmente es importante de lo que no, y valorar a aquellos semejantes que nos apoyan y quieren, tanto en los buenos como en los malos momentos.
Precisamente, en cierta ocasión escuché a alguien de mi entorno decir que la vida era muy bonita, al igual que dura y que, por ello, había que rodearse de aquellos que nos la hagan lo más fácil posible. No pudo dar mejor en el clavo. Se trata de que las personas que nos rodean, nos tiendan la mano cuando estemos en el suelo, pero de que también bailen con nosotros mientras exprimimos el jugo de la vida, sin tratar de empañar el vaso que vemos medio lleno.  
En general, el calor humano y la actitud ante la vida, junto con el tiempo, hacen que la persona vuelva siempre a la casilla de salida. Eso sí, más reforzada y con más apetito de ganar la partida.  

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