La música es, en ocasiones, la mejor
compañera en el viaje de la vida. Con ella, se celebran los momentos
en los que, para bien o para mal, la respiración se corta o los ojos
brillan de manera especial. En esa gama cromática musical, existen
tonalidades que destacan más que otras. No se buscan, se encuentran.
Por casualidades de la vida, una tarde de domingo, previa a una
vuelta a la carretera, cafetería, y a las aulas en las que tomaba
contacto con el mundo del Periodismo, descubrí una película
española, protagonizada por veinteañeros que buscaban su suerte en
las calles de Madrid. La historia, dura y realista como la vida
misma, lo reconozco, me fascinó. De los 106 minutos que la cinta robó mi
tiempo de ocio, hubo unos pocos que, yo sin saberlo por aquel
entonces, iban a configurar la principal banda sonora de mi
existencia.
“He muerto y he resucitado” y los
acordes que previamente marcaban la voz rota de Enrique Urquijo
cautivaron mi atención desde el primer momento, a lo cual siguió
una meticulosa investigación para conocer el paradero del autor de 'Pero a tu lado'. Desde entonces, he perdido la cuenta de las
veces que he podido escuchar esa canción, la cual sugiero que me pongan
en cualquier momento y lugar, sin llegar a perder la ilusión por
escucharla de nuevo. Y es que, por muy difíciles que sean las
circunstancias, esta sintonía, la cual dicen que es de las pocas en
las que Urquijo destapa la cara positiva de la vida, me dibuja un
horizonte amplio y lleno de posibilidades. Y más, cuando la escucho
a través de los auriculares deambulando por el metro o las calles de
Madrid.
Su repertorio musical tanto de él con
'Los Secretos' u otros grupos musicales han sido mis cintas de
cabecera. Las veces en las que he podido disfrutar 'in situ' de sus
poemas musicales, a través de la voz de su hermano Álvaro, han
salido ya de cuenta. Y las que quedan. La suerte del destino hizo
que supiera de su existencia cinco años más tarde de esa fatídica noche en la que escribió la letra más amarga de su
recopilatorio en un portal madrileño, anclado en el entresijo de
calles que configuran el barrio de Malasaña y que, desde entonces,
se ha convertido en templo de culto para sus seguidores.
Aquellos que tuvieron la suerte de
tratarle decían que era un ser humano excepcional, de esos que tan
poco abundan, tanto hacen falta, y tanto me gustan a mi. Tímido y
sencillo fue capaz de hacer que la tristeza y el desengaño amoroso,
entre otras cuestiones, tuviesen un espacio destacado en el panorama
musical de los 80/90. Y es que, “la nostalgia y la tristeza suelen
coincidir”, tal y como explicaba en una de sus canciones. Una
filosofía que defendía a ultranza en sus intervenciones públicas,
alegando que “las canciones tristes son las más profundas”.
Quizás sea esa la principal razón de que “han llovido 15 años", y su
legado siga siendo recordado en los bares, medios de comunicación, y en los hogares de muchas personas.
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