Dos vueltas de llave hacia la izquierda abren la puerta a nuevas historias, dos hacia la derecha dicen adiós a una etapa. Las paredes de las casas guardan cuenta de carnavales, confidencias, cenas, cervezas, cumpleaños, desayunos, lágrimas, llamadas, navidades, risas, tendales, viajes, zapatos. Una amiga me reveló que el único hogar de una persona es donde está la familia, y que el resto son meros puertos en los que refugiarse hasta llegar a tierra. Cierto es, y más viviendo en tiempos convulsos en los que uno tiene que convivir con el cambio y la incertidumbre y, que por ello, tiene que adaptarse y sobrevivir. Sin embargo, es inevitable coger cariño a las personas que comparten tus rutinas y a los seres inertes que habitan con ellas. Una nevera, un sillón, un mantel de fresas, un tocador. Todos ellos forman parte del día a día de los inquilinos. Su convivencia deriva en lecciones positivas, gracias a muchos errores y superaciones así como tolerancia a otros estilos de vida y maneras de pensar. Entonces, cuando a uno le toca hacer mudanza, recoge más que objetos, minutos.
Dedicado a una buena compañera de piso