sábado, 28 de diciembre de 2013
BALANCE LIBROS 2013
- Las venas abiertas de América Latina, Eduardo Galeano (8,5)
- Libertad, Jonathan Franzen (8)
- Ensayo sobre la ceguera, José Saramago (9,5)
- Un año en el otro mundo, Julio Camba (7,5)
- La vida a veces, Carlos del Amor (6,5)
- Asesinato en el Orient Express, Agatha Christie (7,5)
- Diez negritos, Agatha Christie (7,5)
- Tokio Blues, Haruki Murakami (7,5)
- Irlanda, Espido Freire (7)
- Come, reza,ama, Elizabeth Gilbert (7)
- La vuelta al mundo en ochenta días, Julio Verne (8,5)
- Platero y yo, Juan Ramón Jiménez (8,5)
- Tu corazón no está bien de la cabeza, Lucía Etxebarria (7)
- Siria, más allá de Bab al Salam (8)
- El tiempo entre costuras, María Dueñas (7,5)
- Virginia o el interior del mundo, Álvaro Pombo (8)
- En trámite: La sombra del ciprés es alargada, Miguel Delibes
¡Felices lecturas para 2014!
domingo, 22 de septiembre de 2013
HASTA NUEVA ORDEN
Últimamente aparco libros con demasiada facilidad. Creo que se ha impregnado en mi el modo de vivir tan rápido de Madrid, que lo extrapolo a las obras. Si al pasar varias páginas no me ha atrapado su lectura y lo único que hago es tragar letras sin digerirlas, lo siento en el banquillo hasta nueva orden. No hago lo mismo, en cambio, con aquellos cuya prosa fluye en mi al igual que lo hace la sangre por las venas. La lectura y escritura es, para mi, una de las mejores terapias que permiten escapar durante varios instantes de las dificultades que conlleva la existencia. En esos momentos, cuando hierven las obsesiones y los delirios, cuando las emociones afloran y hacen brotar en mi reacciones desconocidas, un buen libro me traslada lejos del habitáculo en el que me hallo y me mete en la piel de personajes variopintos con los que viajo de norte a sur y de este a oeste. Y, en noches de insomnio, que afortunadamente son las menos, me ayudan a conciliar el sueño más rápidamente si cabe. La lectura tiene así el poder de evasión y, por ende, de relajación. Algo que, en el momento actual, es un estadio que se cotiza a la alza.
jueves, 30 de mayo de 2013
BEBÉS LIBRES DE VIH
Mis prismáticos
me permiten divisar a lo lejos una ciudad llena de colores otoñales, donde el
amarillo del día se mezcla con el naranja para despedir a la tarde; donde el color de las mandarinas se torna en
oscuridad para bendecir a la noche, quien cede su reinado a un amanecer
retardado, cuyo sol asciende entre montañas pausadamente, sin prisa alguna. Me
encuentro en una localidad cualquiera
del país africano de Zimbabwe, en
Kariba, por ejemplo. Situada en el norte del territorio, emana luz y
esperanza a sus habitantes, quienes siguen el curso de los días entre rituales
de cotidianidad y danzas ancestrales.
Sus jornadas
comienzan cuando el sol apenas se deja ver entre el cielo azulado, una
tonalidad semejante a la del río que acompaña sus trayectos. En ese recorrido
diario, está Mariam, una zimbabwense nacida hace 26 años cerca de la zona. Su
metro 75 de altura y sus grandes ojos negros no llaman la atención del
viandante, quien se encuentra absorto en sus quehaceres cotidianos. La joven se
dirige al mercado con el fin de abastecer a su marido, padre, hermanas y tíos,
quienes conviven con armonía en una humilde casa a unos tres kilómetros del centro de la localidad. Cuando
llega a la plaza sortea a las que como ella observan, palpan y sustraen las
piezas frutales de sus cajas de madera con el fin de llevarse en su vuelta los
mejores trofeos del lugar.
En su tarea,
Mariam se encuentra con una amiga de la infancia, Cherima, de unos 24 años. Su vieja compañera lleva en su espalda a su
retoño Isheanupa, quien vio la luz hace seis meses con la sombra del virus de
inmunodeficiencia humana (VIH), tras
resultar infectado por transmisión vertical durante el embarazo de su madre.
Pese a que esta
enfermedad es una auténtica pandemia en el África Subshariana y que el 85 por
ciento de las embarazas infectadas con VIH son de esta zona del mundo, ONUSIDA
estima que menos del seis por ciento de estas mujeres tuvieron acceso a
servicios de diagnóstico y prevención de VIH en 2006, y que solo el nueve por
ciento de las infectadas recibió un tratamiento antirretroviral para la
prevención de la transmisión vertical.
Isheanupa está
adormilado mientras su madre describe los detalles que conoce sobre la
enfermedad que ella y su hijo portan a Mariam, cuyo semblante va cambiando a
medida que absorbe la historia de su amiga.
Tras la despedida, retrocede al camino para emprender su regreso, al
tiempo que se pregunta si ella también estará infectada y si podría transmitir
la enfermedad a su futuro hijo durante el embarazo. Cuando llega a casa, su
marido nota que algo no va bien, pero Mariam trata de ocultar su inquietud y
seguir con sus tareas domésticas.
Al cabo de
varias semanas, con sus consiguientes días y noches, plagadas de pesadillas y
temores, unos médicos se acercan a la aldea con el fin de realizar a todas las
mujeres embarazadas la prueba del VIH. Mariam conoce de su existencia y acude a
los puestos en los que va a ser o no diagnosticada de la enfermedad. Tras la realización de la prueba y conocer el
veredicto, la zimbabwense no puede reprimir las lágrimas: está sentenciada y
tiene miedo de que su futuro retoño también resulte salpicado por la infección.
Los facultativos
tratan de apagar sus sollozos, explicándola que el tratamiento para la
Prevención de la Transmisión de Madre a Hijo (PYMH, por sus siglas en inglés) consigue que más del 95 por ciento de los
bebés de mujeres con VIH/Sida no se contagien durante el embarazo, parto o la
lactancia. Mariam asiente con la cabeza y accede a recibir los tratamientos
antirretrovirales.
Muchos
amaneceres y anocheceres después, nace un 22 de mayo en la misma localidad en
la que vio la luz su madre, un bebé hermoso y sano llamado Tinotenda, cuyo
significado en castellano sería el de ‘Gracias’. Su llanto de vida hace olvidar
los miedos pasados de Mariam. Los miembros de su familia le dan la bienvenida ataviados
con trajes guardados para la ocasión, al tiempo que preparan los mejores
manjares. Tras la cena, beben, cantan y bailan al compás del movimiento
rotatorio del sol para espantar a los fantasmas que provoca una de las enfermedades
más temidas en el continente negro.
miércoles, 24 de abril de 2013
RECOVECOS
Me he dado cuenta de que me fascinan las casas antiguas y los pasillos largos. También de que me enrabia que la madera de los armarios y el suelo cruja, y que las puertas viejas no cierren del todo bien. Me sorprende que la gente diferente se entienda, y que la compatible se distancie. Me encanta dormir del tirón, ser anfitriona, soñar despierta.
Creo en las casualidades y el destino. Prefiero que la vida sea apasionada y sorprendente, y que los días se diferencien entre sí: qué llueva un día sin parar y me entristezca, y qué a la mañana siguiente salga el sol con fuerza y vuelva a sonreír. Adoro la complicidad, naturalidad, las sonrisas espontáneas y los detalles sin contraprestación.
Disfruto con un buen café y una excelente conversación casi tanto como con la ingesta de elixir negro por doquier. La cerveza con amigos al borde del éxtasis y los bailes desenfadados al albor de la noche. Comer con las manos, los palillos (con dificultad) o el tenedor en cualquier lugar y con la mejor compañía. Probar nuevos sabores y brindar por un futuro mejor.
Me contenta la primavera, los días largos y las noches rápidas. Prefiero frecuentar los bares 'de siempre' a experimentar. Me empieza a gustar lo de dejarse llevar e ilusionarme. Confirmo que me gusta vivir en Madrid, ser periodista, leer en el metro, escaparme cuando puedo. Echo de menos el mar y la playa de mi tierra en verano. La familia y los recuerdos. Pienso en viajes al norte en tren y un verano especial.
jueves, 28 de febrero de 2013
DEL 1º AL 3º
Dos vueltas de llave hacia la izquierda abren la puerta a nuevas historias, dos hacia la derecha dicen adiós a una etapa. Las paredes de las casas guardan cuenta de carnavales, confidencias, cenas, cervezas, cumpleaños, desayunos, lágrimas, llamadas, navidades, risas, tendales, viajes, zapatos. Una amiga me reveló que el único hogar de una persona es donde está la familia, y que el resto son meros puertos en los que refugiarse hasta llegar a tierra. Cierto es, y más viviendo en tiempos convulsos en los que uno tiene que convivir con el cambio y la incertidumbre y, que por ello, tiene que adaptarse y sobrevivir. Sin embargo, es inevitable coger cariño a las personas que comparten tus rutinas y a los seres inertes que habitan con ellas. Una nevera, un sillón, un mantel de fresas, un tocador. Todos ellos forman parte del día a día de los inquilinos. Su convivencia deriva en lecciones positivas, gracias a muchos errores y superaciones así como tolerancia a otros estilos de vida y maneras de pensar. Entonces, cuando a uno le toca hacer mudanza, recoge más que objetos, minutos.
Dedicado a una buena compañera de piso
martes, 5 de febrero de 2013
RULOS DE COLORES Y CEPILLOS REDONDOS
Dudo unos instantes pero, al fin, empujo la puerta y entro. Busco con la mirada a alguien que pueda atenderme. Le localizo e interrumpe su quehacer para dedicarme unos segundos. Tras mi pegunta, mira mi cabello, al tiempo que pulsa con los dedos las teclas del ordenador. Finalmente, pronuncia en alto el precio de su trabajo ante lo cuál exclamo: ¡De acuerdo!. Saludo a la muchacha allí presente y me siento a hojear una revista, distrayéndome aun no prestando especial atención a los 'artículos' allí recogidos.
De repente, irrumpe en el pequeño rincón en el que me encuentro una mujer con la que entablo conversación durante unos instantes. Le dejo claro mis deseos, que escucha impasiva. Retrocede y consulta al chico, quien da su visto bueno al acuerdo alcanzado mediante la palabra. Me relajo, mientras tinta mi pelo con el fin de recuperar un tono alegre, y dedico esos minutos a disfrutar de las vistas del lugar: rulos de colores perfectamente alineados en el segundo cajón empezando por abajo o cepillos redondos dispersados por el primero.
La muchacha que me acompaña en el sillón contiguo deja secar sus mechas e intenta intercambiar palabra alguna con la mujer que lleva el pincel, quien acaba con todo atisbo de conversación. El único sonido de la sala son la respiración de las presentes y los '40 principales' que repasan los principales 'hits' de la semana. Al acabar su tarea, me conduce hacía el lavabo y, de ahí, de nuevo al espejo y sillón. La destreza con la que el chico maneja las tijeras no tiene definición.
Mientras, observo discretamente a través de la cristalera la calle y su gente. Me gusta mi barrio, me recuerda al de mi ciudad: el que cruzaba de arriba a bajo cuando era niña con la barra de pan sin currusco en una mano y la bolsa de 'snacks' en la otra.
Tras ello, me levanto y acudo al perchero a recoger mi abrigo y pañuelo. Me cobra y doy las gracias al 'equipo' por el trabajo. Volveré. Disfruto de algunos rayos de sol que engañan al invierno e imagino otros sábados alejada de lavadoras y trapos de colores.
Tras ello, me levanto y acudo al perchero a recoger mi abrigo y pañuelo. Me cobra y doy las gracias al 'equipo' por el trabajo. Volveré. Disfruto de algunos rayos de sol que engañan al invierno e imagino otros sábados alejada de lavadoras y trapos de colores.
domingo, 20 de enero de 2013
DIFERENCIA HORARIA
Dos relojes de esfera redonda y perfectamente alineados ilustraban la pared de aquel local alborotado, al que habían prohibido la entrada al pesimismo. El primero marcaba la hora peninsular y, el segundo, iba atrasado con respecto al otro ---no es que sus agujas trabajasen menos, ni mucho menos, solamente recordaba en qué momento del día se encontrarían los compatriotas de los regentes del lugar--. Cientos de fotos sazonaban el ambiente, algunas para su gusto demasiado sugerentes por tratarse solamente de un 'restaurant', al tiempo que los instrumentos musicales se concentraban en explosionar sus mejores notas. Uno o dos cantantes acompañaban la melodía con letras manidas y alegría tácita. Los presentes, levantados cual resorte, buscaron cómplices espontáneos de la noche para desoxidar compases adquiridos o aprender a mover sus piernas de manera diferente a la que hacían habitualmente. Los colores vivos de la indumentaria y decoración se mezclaban --allí, no cabía sitio para el negro, gris o azul oscuro-- y las gotas de los cócteles salpicaban de la misma manera que la lluvia fuera desafiaba a los callejeros de la noche. Soñó cómo sería subirse en un avión, caer en esa ciudad dorada en la que el tiempo se ha detenido, y comenzar a explorar esa isla que abraza al océano.
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