No había sido un gran año para
aquellas manos que trabajan en el campo. La cosecha se estaba empezando a echar
a perder y por más que clamaban a todas las fuerzas del universo para que
lloviera y salvara a última hora el trabajo de tantos meses, el destino se
empeñaba en no dar tregua a esas personas de buena voluntad.
Sus caras reflejaban el
agotamiento y la desesperación propia de unas personas que trabajaban a sol y
sombra cada día y que no encontraban al final de la jornada más que unas manos
ensangrentadas, que tan solo podían llevarse a la boca un pedazo de la tierra
que tan duramente habían trabajado.
Su carácter regio, propio de las
personas del campo, se veía aún más endurecido por las circunstancias. Su
paciencia caía a cuentagotas en saco roto y las noches se desplomaban como
losas sobre sus lechos. Aun con todo albergaban una diminuta esperanza
en que de un momento a otro la suerte volvería a estar de su lado y pudiesen
salvar el año. Su sino lo atribuían a sus antepasados, a viejas rencillas entre
gente del pueblo, y a personajes mitológicos que, en función de su humor,
cargaban contra unos u otros.
Se aproximaba la llegada de la
Navidad: el momento de hacer balance del año y rendir cuentas con proveedores y
con ellos mismos. Las sonrisas de aquellos días estaban a medio camino, como
sus cosechas, y no querían más problemas que los que ya observaban cada mañana
cuando abrían sus ventanas. Algunos de sus acreedores lo entendieron, otros no.
Pero así es la vida, tan sencilla como una partida de ajedrez: en la que en
unas ocasiones se gana y en otras se pierde.
Aquel 24 de diciembre, en las
casas del pueblo, no había más luz que las de unas velas rojas situadas en las
mesas del comedor de sus salones. La cena fue más austera, eso es cierto, pero
estaban con sus familias: situación que no se daba en muchos hogares que
durante este año habían perdido a sus seres queridos por la barbarie del odio
entre seres humanos y la sed de poder. Disfrutaron de lo poco que tenían y
saborearon la esencia de la vida. Al día siguiente, cuando se levantaron, ya era
Navidad y había llovido.