El año empezó con la
misma ilusión con la que se estrena una agenda nueva. Poco a poco
fue rellenando cada hoja de noticias y números de contactos hasta
que el día de Andalucía todo dio un giro inesperado: los buenos
propósitos cayeron en el saco del olvido a favor de un
recrudecimiento de los derechos. En ese momento, defendió como pudo sus ideas y comenzó a navegar por aguas turbulentas. A la par, los
dos primeros meses marcaron lo que iba a acontecer en aquellos que
vendrían después: una serie de encuentros regados con cañas,
bailes y copas con sus mejores amigas para alegrar el alma. Tras
ello, llenó todas sus cosas en maletas, dio varios viajes con
ellas, y estrenó independencia y zapatillas nuevas. Más tarde, hubo
encuentros fugaces en el norte y nuevas mini-ilusiones.
Sin embargo, la primavera
se antojó caprichosa y empezaron capítulos de insomnio que hacían
prever las decepciones que llegarían después. Su maldita intuición
y la confirmación de sus sospechas la invitaron a refugiarse otra
vez en la música (alta, muy alta, a través de sus cascos) y en sus
amigos, quienes escucharon impasibles hasta la última sílaba de sus
historias, y ofrecían sus mejores consejos para esa historia de
amores imposibles.
En su mes favorito se dio cuenta de que siempre es posible resurgir ante las adversidades y que le rodeaba un círculo de personas maravillosas. Ellas fueron las
encargadas de que el día de su cumpleaños, absorbida en la reunión
de redacción de cada día, le avisasen de que un mensajero
preguntaba por ella con un ramo de flores: uno de sus
deseos. Este detalle, una muñeca con un vestido similar al suyo y un
micrófono en la mano así como uno de sus platos favoritos marcaron
sus 28 primaveras. Luego vendría la celebración de su aniversario
con disfraces y música de dos épocas doradas y la compañía de
algunos de sus seres queridos.
El comienzo del verano llegó con el sorteo de un bache por parte de una persona querida por la familia y con un
reencuentro en el norte en el que pudo mostrarle su tierra adorada a
una de sus mejores amigas madrileñas. Allí, pudo volver a degustar
los manjares que tanto echa de menos en el transcurrir de sus días y
mostrar los preciosos fotogramas que configuraron el paisaje de su niñez
y adolescencia. Luego, vino un viaje a tierra de príncipes y
sultanes en el que aún recuerda las vistas desde el restaurante a la
hora del desayuno en las que veía a gaviotas sobrevolar un horizonte
de mezquitas, y los inmumerables recorridos por el Gran Bazar,
recogidos en bastantes filmes. Esa aventura la abrió los ojos y confirmó que cada persona ve el mundo con catalejos distintos.
El periodo estival no acabo ahí
sino que prosiguió con una escapada al sur acompañada de sus padres
en la que pudo probar y saborear nuevas comidas, y descubrir un trozo
de una tierra amarilla llena de camellos, cuscús y pintalabios
mágicos. La vuelta trajo nuevos sinsabores laborales: malentendidos
que no se arreglaban ni con el mejor de los diálogos, y adioses de
veteranos compañeros. Venían tiempos de cambio y lo sabía.
En la pequeña tregua que
le otorgaba el fin de semana creyó en las casualidades. Luego, vino
la fiesta del Día de México, las confidencias y las fotos de
comida. Combinaba esa vía de escape con su clases de yoga. Aún recuerda cómo sus ojos perdieron el brillo una tarde en la que acabó su práctica y recibió malas noticias al coger el móvil. Sintió mucha empatia hacía las mismas personas que meses atrás la mandaron unas flores al trabajo. Al mes siguiente todo estalló y probó el sabor de
algunas traiciones sin sentido. También observó que el miedo y la valentía
de unos y otros marcan sus actuaciones y las metas a las que llegan. Sintió alivio y esperanza en un futuro mejor, y tiró la agenda a la basura.
En noviembre hubo otro
pequeño traspiés y buscó refugió en la tierra que la vio nacer.
El atardecer de un día laboral junto al mar y su mejor amiga
cántabra, además del apoyo familiar, la hicieron pensar en que el
mundo es infinito y que, por ello, son innumerables las oportunidades
para empezar de nuevo. Ese mes, reforzó sus principales cualidades (la sinceridad y valentía) y, con ello, cerró de la mejor manera
triángulos pasados. Ahora sí, empezaba una nueva etapa con nuevos
propósitos que vino bendecida por la lectura de un ansiado final por parte de una funcionaria pública una
soleada mañana de lunes.
Su segundo mes favorito
trajo conversaciones de diversa temática a altas horas de la
madrugada por calles frías y desoladas, copas un martes y vasos de
vino un jueves. Todo ello con la vuelta a las aulas y la reafirmación
de que las nuevas tecnologías pueden ser muy útiles y de que hay
que adecuarse a los nuevos tiempos. Después de llamar a muchas
puertas, se abrió una inesperada y cambió el rumbo de la ruta. Se
reafirmó en que la amabilidad y la buena educación son un bien
preciado.
Su escapada a la casa familiar por Navidad fue agridulce ya que el calor de su hogar se vio empañado por el sufrimiento de una amiga, a la que no pudo ver, y a
la que tuvo que apoyar desde la invisible distancia. Volvió a su
ciudad adoptiva por carreteras nevadas con la tristeza que deja en
los corazones los malos momentos ajenos y la melancolía de los cielos
grises propios del invierno en el norte. Con ganas de que el fin de
año llegase, comprendió que la vida es pura improvisación, que hay
que pensar y creer en uno mismo, no dar demasiadas vueltas a las
cosas, y extraer lo bueno de las pequeñas historias de cada día. Se
fijo todos esos propósitos, costosos de llevar a la práctica, para
el año nuevo y no compró ninguna agenda.